MARCO OUSÍAS





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CUANDO DIOS CREÓ EL MUNDO... EL MUNDO DE LOS CONCEPTOS YA EXISTÍA

DONORACULUM



PACTO CON EL DIABLO


Es una tarde calurosa de mayo, don Carlos atraviesa por serios apuros financieros. Muchos eventos adversos le han sucedido últimamente, su esposa fue hospitalizada hace algunos meses; su madre murió hace pocos días y para rematar tiene uno de sus hijos enfermo. Sale del banco emisor de su tarjeta de crédito y no ha podido llegar a un acuerdo con el abogado. Hoy a pesar de que el sol brilla alegremente, a don Carlos le parece un día muy triste.
En el barrio vive un personaje de mucho dinero, que va a misa todos los domingos, que le gusta leer La Palabra con voz solemne en el púlpito, que es uno de los primeros en recibir La Comunión y que además con sus generosas donaciones es repetidamente bendecido por el cura. Se llama Magdalino Bueno, una persona simpática y servicial que al ver el semblante desencajado de don Carlos, el domingo en la iglesia, se le acerca y al conocer de sus problemas financieros inmediatamente le ofrece un excelente trabajo en unas de sus empresas.
Don Carlos siente que la ayuda de Dios ha llegado, acepta la oportunidad y comienza a trabajar en las oficinas de don Lino como cariñosamente lo llaman en la comunidad.
La principal función de don Carlos en su nuevo empleo es recolectar grandes cantidades de dinero en diferentes ciudades del país. Pronto comienza a sospechar que algo maligno envuelve la personalidad del señor Bueno, sin embargo, al ir de nuevo a misa los domingos sus dudas se desvanecen al observar la amabilidad y dulzura de carácter de su patrón que más bien pareciera un verdadero santo.
Un día sábado, minutos antes de la hora de salida del trabajo, don Lino se presentó sorpresivamente a la oficina de don Carlos para invitarlo a departir en un famoso restaurante de la ciudad. Estando en el bar, mientras esperaban el almuerzo, don Lino le propuso un ascenso en su empresa en el que debería efectuar viajes frecuentes al extranjero, principalmente a Miami. La felicidad de don Carlos fue inmensa porque sus ingresos ya cuantiosos se triplicaban. Esa misma tarde a la salida del restaurante el señor Bueno se ofreció llevar a don Carlos a su casa en su lujoso carro – solamente- le dijo don Lino, que debería realizar una diligencia en el trayecto.
El carro del señor Bueno se estacionó frente a un negocio que daba la impresión de ser una ferretería. don Lino, el motorista y el guarda espalda se bajaron del automóvil y se dirigieron al lugar aludido, instruyendo a don Carlos que por ningún motivo se moviera de su sitio. Don Carlos esperó pacientemente por unos minutos pero luego se aburrió y decidió bajarse del lujoso vehículo para fumarse un cigarro. Cómo la curiosidad es porfiada, don Carlos instintivamente se dirigió sigilosamente a la casa donde estaba su jefe, sin pensarlo dos veces se asomó por uno de los ventanales y vio que en ese mismo instante don Lino, con el rostro transfigurado como el de un demonio, daba muerte a una persona mientras sus secuaces lo observaban sin inmutarse. Don Carlos se dirigió raudamente al carro, se introdujo en el mismo y los esperó tratando de ocultar el inmenso miedo que le produjo aquel episodio. Unos instantes después vio a sus acompañantes regresar, la cara del señor Bueno volvió a su habitual aspecto de ángel, sin percatarse de la aflicción interior de don Carlos le dijo, mientras se introducía a su carro:
—Ya terminé este asunto pendiente, Carlitos… Mañana podré ir tranquilo a misa.
Don Carlos siguió trabajando con don Lino, pero su felicidad había terminado para él. Los trabajos encomendados por su jefe eran cada día más riesgosos, los viajes al extranjero llevando valores para lavar activos eran más frecuentes y la certidumbre de estar obrando fuera de la ley al servicio de gente sin escrúpulos lo mantenía en una continua lucha interior. Un día, mientras departía con el señor Bueno, don Carlos le comentó su deseo de retirarse y don Lino le contestó:
—Imposible que te salgas de este negocio, tú sin quererlo has hecho pacto con el diablo.
Luego una sonora carcajada salió de lo más profundo de su garganta engrandeciendo su boca, reapareciendo la figura demoníaca que don Carlos observó el día que fue testigo del asesinato cometido por don Lino.
Estando un día en Miami después de realizar las encomiendas de su patrón, don Carlos preocupado como siempre, con la idea de buscar ayuda para salir de aquel embrollo, se le ocurrió visitar una iglesia para desahogar ante el cura aquellos sentimientos que oprimían su pecho. Después de confesarse, el Padre, un señor anciano que tenía experiencia en ese tipo de asuntos le dijo que lo esperara al final de los actos litúrgicos. Así ocurrió, el señor cura le dio disimuladamente una tarjeta y le dijo:
— Busca a este oficial, yo lo conozco… él te ayudará. No hables de esto con nadie.
— Ten mucho cuidado, hijo.
Luego rápidamente se introdujo a la parte posterior de la iglesia.
Ya en el hotel don Carlos llamó por teléfono a Tim Garcías, el nombre del oficial antinarcóticos, mencionándole la plática que había tenido con el Padre y su deseo de salir de aquel mundo delictivo. Garcías, que notó en la voz de don Carlos el nerviosismo y la desesperación, lo citó ese mismo día a un lugar cercano de la avenida Collins, no sin antes advertirle de tener cautela a la salida del hotel, previniendo que observará si alguien sospechoso lo seguía.
Don Carlos, quien había aprendido de don Magdalino muchas artimañas que en el mundo del crimen organizado se usan para despistar al enemigo, no corrió ningún riesgo y realizó lo encomendado perfectamente. Al llegar al lugar convenido, de inmediato identificó al oficial por las señales que éste le había manifestado por teléfono: un pañuelo rojo asomando de su chaqueta, lentes obscuros y una gorra azul rotulada con la letra “Y”.
Tim Garcías al verlo entrar, también reconoció las señas convenidas para don Carlos, le hizo un ademán para que se sentara mientras solicitaba al camarero le sirviera dos tequilas más. Don Carlos inició la conversación manifestándole de nuevo al oficial su deseo de salirse de aquella tormentosa situación que cayó por la necesidad de dinero; y, asimismo, que le ayudara por lo menos a salvaguardar su familia si por alguna circunstancia algo salía mal.
La plática fue constructiva para don Carlos, Garcías le contó de las sospechas que se tenían sobre las andanzas de don Magdalino Bueno, pero que necesitaban más información sobre él y su cartel para poder actuar. También le comentó de lo grave de la infiltración del narcotráfico en las altas esferas de los gobiernos incluyendo al mismo de los Estados Unidos; y, además, de los diferentes artificios que utilizan para el reclutamientos de personas de reconocidos meritos morales en los diferentes sectores de la comunidad con el fin de despistar y no involucrar a los verdaderos capos.
Ambos quedaron de reunirse en el siguiente viaje de don Carlos a Miami y así fue. Esta vez éste le proporcionó significativos datos sobre sus actividades y su cartel.
Los encuentros se sucedieron repetidamente, siempre siguiendo ambos el sigilo respectivo, no obstante, en la última reunión en Miami Beach, precisamente cuando don Carlos le debía suministrar al oficial Garcías varios discos compactos con un informe definitivo que incriminaba a don Magdalino, ocurrió algo sospechoso que tanto Tim como don Carlos se percataron: dos sujetos que recién habían visto en uno de los sitios de encuentro de repente aparecieron mientras cenaban con otros agentes en un restaurante apartado de la playa. Tim le dio un sinnúmero de recomendaciones a don Carlos para cuando regresará a su país, pues percibía que un peligro inminente se cernía sobre la humanidad de éste. La más importante fue la de preparar el viaje de salida del país de la familia de don Carlos de manera inmediata.
Al llegar al aeropuerto don Carlos llamó a su esposa a un celular que él le había proporcionado, con un número que sólo ellos dos conocían, como precaución de una eventual intervención de los teléfonos de su domicilio cuyos dígitos eran ya conocidos por la organización de don Bueno; instruyéndola sobre la salida rápida de los suyos del país
Don Carlos tomó un taxi con dirección a su casa, pronto se dio cuenta que era perseguido por dos carros idénticos a los usados por el cartel para eliminar a sus enemigos.
Al llegar a su hogar don Carlos únicamente tuvo tiempo de despedirse de su familia reiterándoles todos los detalles de su fuga al extranjero y guardar en uno de los bolsillos posteriores de su pantalón una cuchilla artesanal, de las que suelen fabricar lo herreros de la ciudad para ser utilizadas en el oficio de zapatería, luego se escuchó que tocaban el timbre de la puerta… eran sus verdugos que lo esperaban afuera.
Don Magdalino iba en el asiento delantero del vehículo, esta vez con su rostro de aspecto mas diabólico que nunca, en el asiento trasero un matón llevaba sujeto a don Carlos mientras otro le apuntaba con una pistola en la sien, el segundo carro los seguía de cerca, mientras tanto la familia de don Carlos, junto a dos agentes encubiertos enviados por Tim Garcías para custodiarlos, se alistaban para abordar el avión en el aeropuerto.
Los dos carros penetraron en un camino solitario, rodeado de espesa arboleda, lejos de la ciudad; cuando don Bueno lo indicó, pararon sus autos. Mientras los hampones que viajaban en los dos carros se mantenían en su sitio; él, con los dos matones que sujetaban a don Carlos se bajaron llevándolo a un paraje tupido del bosque. Los matones arrodillaron a don Carlos entre tanto don Magdalino montaba el silenciador a su revolver, acto seguido don Bueno, con su arma ya lista se acercó para sujetar con su propia mano la nuca de don Carlos, mientras los matones se separaban unos metros; don Carlos aprovechó esos instantes de transferencia de manos por parte de sus asesinos para sacar la navaja artesanal que portaba en su bolsillo.
Don Magdalino apuntó su pistola a la cabeza de don Carlos al mismo tiempo que profería los más horribles injurias e imprecaciones… comenzaba a oprimir con su dedo índice el gatillo, en el preciso instante en que el brazo derecho de don Carlos se levantaba y con la firmeza que proporciona La Muerte, hundía la cuchilla hasta lo más profundo del abdomen de don Bueno.
La bala también penetró en el acto en la cabeza de don Carlos, sin embargo, don Magadalino caía herido de muerte. Los matones cercanos a los dos hombres se sorprendieron de aquel hecho e inmediatamente vaciaron sus armas en la humanidad de don Carlos, aun cuando éste ya había cruzado la laguna Estigia. Los demás hampones corrieron de sus carros para auxiliar a don Bueno y entre varios lo llevaron agonizando a un hospital de la ciudad, pero todo fue en vano: don Magdalino Bueno murió desangrado en el quirófano; unos pocos minutos después de su llegada. Los médicos se remitieron a la dificilísima tarea de cambiar el semblante infernal que mantenía su rostro post mortem por una apariencia más humana. Los otros matones que quedaron en el sitio de la ejecución se limitaron a incinerar el cuerpo de don Carlos para que no quedara rastro alguno que lo identificara.
Los días siguientes, a los mencionados hechos, toda la prensa local comentaba la muerte repentina del magnánimo filántropo, el hombre de negocios don Magdalino Bueno. En las páginas que abordan las noticias delictivas los principales periódicos mencionaron el encuentro de una osamenta a unos kilómetros de la ciudad con claras señas de ser un ajuste de cuentas del crimen organizado; salvo varios medios independientes o en algunas esquinas escondidas de la WEB se hacía alusión a la personalidad de don Lino como un importante capo del narcotráfico en cuyo entorno era conocido con el apodo de el diablo.

Marco Ousías

© 2008

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