LA LOTERÍA DE UN DÍA DOMINGO
El domingo había amanecido radiante, el sol alumbraba con toda su plenitud la redondez de la tierra.
Don Pedro despertó alegre. Hacía casi más de seis meses que su afición por la bebida se encontraba encerrada en los rincones más obscuros de su espíritu y ahora el trabajo dignificante lo retornaba en el hombre ejemplar que su mujer conoció cuando joven.
Don Pedro se levantó de su cama y como aquel domingo de pleno sol lo invitaba a salir, decidió ir al centro de la ciudad a comprar la lotería que se jugaba ese día.
Don Pedro de regreso a su casa esperó que se jugara el billete que el había comprado. Su sorpresa fue mayúscula cuando por la radio anunciaban que el número premiado era el suyo. Nunca en su vida había sentido tanto júbilo por el dinero ganado, se levantó y corriendo fue al banco donde cobró el dinero que le correspondía.
De vuelta de nuevo a casa pasó por el supermercado compró toda la dispensa de la semana y mucho más. Aún así le sobraba suficiente dinero. Al bajar del autobús, en la estación de su barrio, comenzó a caminar muy felizmente. La cantina donde muchas veces había bebido estaba a unos pocos metros. En ese momento una misteriosa reminiscencia lo tentó y pensó:
« Un par de tragos no me hará daño»
« De todos modos ya compré todo lo necesario para mi familia»
Entró a la cantina y empezó a beber. Al principio todo fue felicidad, pidió el primero, el segundo y luego el tercero y pensó
«Me voy, cuando tome el cuarto»
Estaba por beberse este último trago cuando llegaron varias personas conocidas que lo saludaron muy cortésmente y lo animaron a pasar a beber con ellos.
Con todos los paquetes de la comida comprada para su familia empezó a beber con ellos.
No había pasado mucho tiempo cuando Don Pedro estaba completamente borracho y empezó a convidar no sólo a sus compañeros de mesa sino que a cuanta persona llegaba al aludido antro… al cabo de un rato su dinero se había esfumado.
Viéndose sin dinero habló con la cantinera y le ofreció cambiar su mercancía por más guaro. Ésta sin ningún escrúpulo le contestó que sí, y convino con el trueque ofreciéndole la bebida al precio correspondiente a la mitad o menos de lo que a Don Pedro le había costado. Siguió de esta manera comenzando por la carne y los lácteos comprados para sus hijos, luego terminó vendiendo las verduras y otros bienes de menor cuantía.
Los últimos compañeros que quedaban lo increparon al ver que no los podía invitar más y hubo uno que viéndolo en aquel estado lo empujó y lo tiró al suelo, burlándose del pobre convidante.
Algunas personas que habían visto a Don Pedro en la cantina fueron a contarle a Marta, su esposa. En seguida, ella, con uno de sus hijos mayores, se encaminó hacía la taberna encontrando a su esposo tendido en suelo. Como pudieron lo levantaron y se lo llevaron a su casa.
Y así fue como terminó el premio de lotería de aquel día domingo.
Marco Ousías
© 2007
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