Comienza el día en la selva. El Macho Alpha después de cohabitar con algunas hembras de su harem sube a las ramas más altas de la arboleda y comienza a lanzar alaridos intimidando, según él, a los leones y los tigres.
La hembra Alpha, con otras de su género que están en celo, bajan al suelo.
Ahí se encuentra el macho Alpha Micrón. Éste es un espécimen extraño, después de una feroz pelea con el macho Alpha, donde él quedó derrotado, ahora luce absorto y apartado de la manada, su afición es jugar con dos piedras y chocarlas entre si o frotar con ambas manos, por largos períodos de tiempo, una rama larga y seca.
La hembra Alpha repara en el macho Alpha Micrón y se acerca a él rozándolo suavemente con su hermoso lomo. El macho Alpha Micrón voltea su cabeza y la ve, en ese preciso momento el confabulado sol penetra por los más intricados agujeros de la arboleda e ilumina el rostro de la hembra Alpha con sus más brillantes rayos, para el Alpha Micrón la hembra frente a él es el ser más bello del mundo, inmediatamente todas sus entrañas se encienden y un poderoso deseo sexual se apodera de su cuerpo; acto seguido monta sobre la hembra Alpha y copula con ella desenfrenadamente. Largos días de abstinencia por fin han sido recompensados. Al finalizar, la hembra Alpha corre a reunirse con sus demás secuaces, y continúa con ellas repasando todo el alfabeto griego de machos de la manada. Mientras tanto el macho Alpha sigue gritando más enardecido que antes.
Por fin el macho Alpha se cansa de insultar a las fieras de la jungla y baja de las ramas más altas. Para entonces, todo los simios están tranquilos como si nada ha pasado, las hembras están juntas y sumisas; el macho Alpha gruñe con ánimo de demostrar a los demás machos su gran fuerza; el macho Alpha Micrón reposa en un apartado césped y pareciera sonreír; el está seguro, como en realidad lo fue, que ha fecundado a la hembra Alpha.
Miles de años después un descendiente del macho Alpha Micrón se erguirá y comenzará a caminar solo. utilizando únicamente sus dos miembros inferiores camina por la sabana aledaña a la selva; luego, varios de sus congéneres lo seguirán; otro tanto de años después una hembra Alpha, que lleva los genes de aquellos, descubrirá el fuego y más adelante en el tiempo surgirá un descendiente de ésta, un espécimen que dominará la tierra: el Homo Sapiens.
Vamos ahora a la era del politeísmo, en la ancestral Roma, Doña Cornelia, hija de Escipión el Africano y madre de los famosos Gracos, ha quedado viuda; no obstante, a pesar de haber parido doce hijos a lo largo de su vida, es solicitada para ser desposada por el rey Ptolomeo de Egipto. ¿Qué vigor en su sangre hacía de aquella mujer tan apetecible a los hombres de su tiempo?
Por otro lado, un caso no entendible en la genética, unos siglos antes a doña Cornelia, un gran sabio griego, que ideó como medir la altura de las pirámides, que sabía la fecha y hora exacta de la aparición de un eclipse y que descubrió un sinnúmero de artificios matemáticos y físicos, se quejaba por no haber podido fecundar una mujer por más que lo intentara, me refiero al sabio Tales de Mileto. Este mismo caso también se dio con otros grandes pensadores y científicos que le siguieron en la historia, cuya lista sería interminable para mencionarla aquí. ¿Qué ocurrió con la transmisión de los genes de éstos, si eran aparentemente superiores a cualquier mortal?
En nuestro tiempo, igual que en todas las épocas, se observan también cosas intrigantes, pero congruentes con la teoría de la evolución de las especies de Darwin, tal es el caso de las parejas que se aman, se casan, tienen los hijos que deseaban tener y luego, casi de inmediato, se divorcian porque el deseo mutuo ha muerto. El objeto de esta unión fue tácitamente la perpetuación de los genes.
La conclusión se encuentra, aunque en forma algo dispersa, en los mismos escritos de Darwin, esto es, el origen y el desarrollo de la vida está regido por un sinnúmero de leyes desconocidas y yo creo que el descubrimiento por el ser humano de dichas leyes está todavía muy lejos de alcanzarse.

Marco Ousías

© 2007

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