MARCO OUSÍAS





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CUANDO DIOS CREÓ EL MUNDO... EL MUNDO DE LOS CONCEPTOS YA EXISTÍA

ORACULUM



EL RÍO


El temporal había permanecido ya algunos días, en el amanecer una leve llovizna caía sobre la tierra, en seguida se asomaba brevemente el sol, luego el cielo se nublaba, y por la tarde la lluvia comenzaba de nuevo tan fuerte que parecía que todas las compuertas del cielo se abrieran de tal forma que columnas de agua infinitas abatían las montañas y los valles embraveciendo los ríos y quebradas.
Antonio y Alfonso vivían en aquel pintoresco pueblo a orillas de aquel río de diáfanas aguas donde en su infancia solían bañarse por interminables horas en compañía de los demás niños de su tiempo.
Alfonso al crecer fue primero en buscar la ciudad. Logrando titularse de Maestro de Educación Primaria, inició sus estudios en la universidad los que luego abandonó para salir del país e irse a pelear en conflictos lejanos siempre con sus libros en su mochila como muchos otros idealistas de aquella época que estudiaron desde Platón a Engels y que a efectos de este último se sumergieron como abanderados en aquellas luchas insensatas que motivó la Guerra Fría.
Antonio salió del pueblo un poco más tarde, pero éste, al contrario de Alfonso, se enroló en el ejército y pidió la baja varios años después regresando a su querido terruño luego que terminó aquella oprobiosa guerra.
Alfonso regresó también, dedicándose a la enseñanza en la escuela pública del lugar, compró una casa cerca de su centro de trabajo donde vivía con su madre y su hija ya que su esposa había muerto mientras el bregaba en distantes tierras.
Antonio había construido una pequeña casa en las proximidades del río donde, en una parcela que le heredó su padre, se dedicaba a labores agrícolas, con lo cual mantenía a su esposa y a sus dos pequeños hijos.
Alfonso y Antonio habían olvidado todos los acontecimientos que vivieron lejos de su pueblo. A orígenes de su renovada amistad, en común, en esa época del año, solían sembrar legumbres en unos predios ubicados a poco menos de un kilómetro corriente abajo al otro lado del río.
Ese fin de semana ambos se dirigieron desde muy temprano a trabajar en sus campos, al atardecer ya cansados de faenar decidieron regresar a sus casas, mientras tanto, como en los días anteriores, el cielo se volvió a cubrir de inmensas obscuras nubes y la tormenta comenzó de nuevo con una ferocidad inaudita, al llegar al sitio donde por la mañana cruzaron el río, vieron que éste aparecía como un monstruo amenazador de lo caudaloso que estaba, no acertando más que subirse a los árboles de guanacaste que a la orilla se encontraban.
El río continuaba con su furia avasalladora arrastrando piedras, troncos de árboles y luego casas fue ahí donde el corazón de Antonio fue sacudido por un fuerte presentimiento que a los pocos minutos se convirtió en un dolor inimaginable cuando todavía con los últimos rayos del sol vespertino alcanzó a ver a varios cuerpos sin vida de los vecinos del pueblo que vivían cercanos a la rivera del río incluyendo a su esposa y sus dos pequeños hijos. Antonio comenzó a llorar y gritando llamaba por su nombre a sus seres queridos mientras estos desaparecían de su vista. Alfonso tomado previsiones para que Antonio en su inmensa angustia saltara sobre las rápidas y embravecidas aguas del río, venciendo el impacto que a él también le produjo aquellos fatales hechos comenzó a consolarlo con estas palabras:
—Toño, no vayas a cometer la locura de saltar, estas son situaciones donde uno tiene que resignarse, porque sólo Dios sabe lo que hace y por tanto uno debe continuar la vida mientras él no decida quitársela.
Antonio, al escucharlo, entre sollozos le contestó:
—Vos decís eso porque tu familia está segura, puesto que vives en las partes mas altas del pueblo y el río nunca llegará hasta allí.
Alfonso le contestó:
—comprendo tu dolor, pero no permitas que esto te orille a tomar determinaciones que siempre han sido odiosas a los seres humanos... Mira, en la antigüedad se creía que aquel que se quitase la vida por cosas como éstas iba al infierno, donde era sumergido en aguas pantanosas y sujetado por un lazo, que con nueve vueltas alrededor de su cuerpo, vive así atormentado eternamente, maldiciendo el día que tomó aquella desdichada decisión por no afrontar los avatares de la vida. Sin embargo, quien moría en la guerra ya sea peleando por su patria en el fragor de la batalla o quitándose la vida para no caer en manos enemigas al cerrar sus ojos pasaba a morar en la dulce y fértil Ftía o en los Campos Elíseos como creían los griegos y los romanos que era como El Cielo para los cristianos. Tal es el caso de Anibal quien perseguido por el ejército de Roma decide quitarse la vida antes de someterse a la humillación de ir encadenado vivo en el carro del vencedor, o, ya en los tiempos modernos, como Yan Palach, aquel estudiante checoslovaco que al ver su patria invadida por los soviéticos decide inmolarse con su propia mano, también aquel presidente de Chile, don Salvador Allende, quien al ser despojado de su cargo muere en su puesto defendiendo La República...
De esta manera continuó Alfonso convenciendo a su amigo aquella interminable y espantosa noche hasta que el sueño empezó a vencer a ambos, fue aquí cuando Antonio ya algo resignado dijo:
— Mirá, esperaré hasta mañana que amanezca, luego decidiré que hacer, por mientras amarremos bien nuestros cuerpos a estas ramas para no caernos mientras dormimos.
Y cogiendo cada quien el lazo que portaba se sujetaron a la ramas donde estaban subidos.
La furia del río no había amainado en toda la noche más bien en la aparente gran oscuridad que precede al alba el río más parecía un mar y como un ser infernal amenazaba con destruir todo, en este momento se empezaron a escuchar en la lejanía retumbo de piedras como que un gran cerro se derrumbaba, esto hizo que los dos amigos se despertaran y vieran azorados como el río había tomado aún más terreno y el árbol donde estaban subidos en inicio a la orilla ahora se encontraba en medio de la corriente.
Ya los primeros rayos del sol dejaban ver los objetos arrastrados por aquel portento cuando ambos observaron con gran espanto que nuevos cadáveres eran llevados por la corriente junto con los muebles y restos de las casas del pueblo.
Esta vez, fue Alfonso quien sintió un fuerte dolor en su pecho, el cual, a medida que la claridad del día aumentaba, también crecía, pues lograba reconocer a sus vecinos que muertos bajaban arrastrados por aquel poderoso caudal, no pasó mucho tiempo cuando logró divisar los cuerpos de su madre y su hija que bajaban abrazados como que unidos buscaran El Cielo, ambos amigos se vieron mutuamente sus rostros descongojados, ninguno pronunció por minutos palabra alguna, Alfonso lloraba en silencio recordando los días que vivió con ellos, a su madre a quien pensaba debía darle una sepultura digna y a su hija que debería llorarlo a él cuando su fin llegase, pero todo se había perdido en cuestión de horas, fue Antonio quien rompió el silenció y tranquilo como quien ya decidió que hacer, dijo:
—Yo creo que en estos casos, así como nosotros que hemos perdido todo, ir en pos de nuestra única familia es perdonado por Dios y nos ha de mandar a vivir con ellos a esos lugares que vos dijiste.
Ambos volvieron a quedar pensativos, pero luego de unos minutos Alfonso, que ya había derramado sus últimas lágrimas, dijo:
— Yo voy tras mi familia, si ellos quedan insepultos, yo también, además no dudo en reunirme con ellos en la dulce y fértil Ftía.
—Yo así creo—, dijo Antonio.
Ambos se desamarraron sus respectivos lazos y saltaron al bravísimo río que al sumergirlos en sus aguas no los volvió a dejar salir jamás.

Marco Ousías

© 2007

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