MARCO OUSÍAS





INICIO

CUANDO DIOS CREÓ EL MUNDO... EL MUNDO DE LOS CONCEPTOS YA EXISTÍA

ORACULUM



EL JEFE


No había aparecido el sol en el horizonte cuando el celular de Lorenzo sonaba despertándole del dulce sueño matutino. Prestamente salto de la cama, encendió la luz de su cuarto y vio que en el reloj colgado en la pared de en frente daba las tres y media de la mañana, tomó el teléfono y con voz cansina contestó:
—¡ Alo!, buenos días.
Al otro lado pudo reconocer la voz del jefe que con tono alterado y sin pronunciar ni siquiera un corto saludo de cortesía dijo:
—Lorenzo, Quiero verlo hoy a las siete y treinta en mi oficina, para que veamos el informe que me entregó el viernes—.
Acto seguido colgó sin hablar más.
Lorenzo, que por lo general solía despertarse alrededor de las cinco de la mañana, resintió la falta de un poco más de sueño pero sabiendo que no podría volver a dormirse decidió bañarse y vestirse para después revisar el aludido informe.
Luego de desayunar, Lorenzo se despidió de su mujer y guió su automóvil a las oficinas del jefe. Aún no era la hora convenida pero ya Lorenzo esperaba sentado en los mullidos asientos de la alfombrada oficina del jefe. El reloj marcaba las ocho y media de la mañana cuando Margarita, la secretaria del jefe, apareció en la puerta, quien luego de saludar y platicar de algunos asuntos de rutina con el conserje, que a la sazón era el único que acompañaba a Lorenzo, se sentó enfrente de su escritorio e inició sus labores de siempre.
Ya el reloj marcaba más de las nueve de la mañana, cuando Lorenzo dejó de revisar los papeles que llevaba consigo y se levantó de su asiento, Margarita que le vio la cara de aburrimiento, le dijo con voz entre sapientosa y burlesca:

—Yo creo que el jefe va llegar más tarde de lo acostumbrado, Lorenzo.
Éste sólo hizo un ademán con los hombros, se dirigió a la fuente de agua donde tomó un vaso y bebió del cristalino líquido.
Eran pasadas la diez de la mañana cuando se oyó las pisadas del jefe quien luego de entrar a la oficina al ver a Lorenzo le indicó con un frío gesto para que lo siguiera a su despacho privado.
Con un aire de harta importancia y sin ofrecer alguna disculpa por su tardanza, el jefe se sentó en la silla ejecutiva de su escritorio al tiempo que le decía a Lorenzo:
—Trae usted el informe, vamos a revisarlo.
Mientras Lorenzo se sentaba el jefe sacó de su bolsillo una pluma de tinta color rojo, en seguida, tomando los papeles que Lorenzo puso sobre la mesa empezó a leerlos minuciosamente. No había pasado de ver el primer párrafo cuando ya el jefe había encontrado los primeros errores y utilizando la pluma que tenía en sus manos empezó a tachar en rojo la redacción del documento y colocar las palabras que a él le parecían las correctas.
Mientras tanto Lorenzo miraba al jefe con cierta indignación pero con la paciencia suficiente para simular su enojo.
Por fin el jefe terminó el exhaustivo examen del reporte y con un alarde de soberbia, con un tono mezclado de ironía y desprecio, tomó los papeles sobre la mesa y lanzándolos a Lorenzo le dijo:
—Mejor haga este reporte de nuevo y tráigalo para que lo veamos este jueves a las cinco de la tarde.
Lorenzo arregló los papeles como pudo y salió sin decir palabra.
Llegada el día fijado, ya habiendo corregido el consabido informe, Lorenzo se dirigió a la cita con el jefe una hora antes de lo convenido, al entrar a la oficina del jefe, observó en los presentes una especie de sutil alegría y dirigiéndose a Margarita le pregunto:
— ¿Me está esperando el jefe?
Margarita esbozando una sonrisa maliciosa le contestó:
—Fíjese Lorenzo que salió intempestivamente de viaje, hoy le habló temprano el ministro y tomaron el avión al mediodía, no se si andan en Japón o China; creo que volverá dentro de unas dos semanas.
Margarita siguió riéndose y Lorenzo escuchó más risas en el resto del personal, los cuales además de no sentir la presencia del fastidioso jefe recordaban los hechos sucedidos ese día por la mañana.
En efecto, el jefe, quien a pesar de ser un viajero frecuente, siempre sufría de incontinencia urinaria cada vez que se le presentaba la oportunidad de viajar, ese día no tuvo el tiempo necesario para llegar al baño y dejó pequeños charcos de un líquido de olor sui géneris esparcidos por toda la oficina.
Para Lorenzo fue un alivio extraordinario la ausencia del jefe, bajó por el ascensor, se dirigió al estacionamiento y estando ya en su automóvil le sobrevino un pensamiento fatal, que luego pasó a ser una tentación feroz, era un deseo invencible de beber licor en el bar más cercano.
Lorenzo tenía más de diez años de no probar ni una gota de alcohol, siendo que de joven habiendo parrandeado mucho, un día, después de continuas horas de desenfreno báquico, cayó casi muerto, agotado ya su cuerpo de tanta ingesta alcohólica, al despertar decidió no volver a beber jamás. Pero hoy la felicidad era grande y la tentación fue imposible de contener.
Con los primeros tragos, Lorenzo comenzó a sentir aquella tenue embriaguez que trae consigo la sensación de felicidad que el bebedor deseara fuera eterna, y comenzó a recordar sus años de juventud, cuando con sus compañeros de trabajo solían ir de parranda luego de las horas de trabajo, aquellos tiempos en que el ahora su jefe compartía con él y otros más una estrecha oficina del Ministerio, luego siguió recordando la rápida carrera de ascenso del jefe y sus argucias para recomendarse con sus superiores, que contrastaba con el lento crecimiento de sus compañeros y él, en el duro batallar de sus profesiones. Después recordó la metamorfosis que el poder hizo sufrir en el jefe, quien después de ser un compañero sencillo y servicial pasó a ser un déspota movido sólo por sus ambiciones; por último recordó la capacidad que tenía el jefe para humillarlo, aquellas imprecaciones sobre su persona delante de los demás empleados, la forma sucia de mandar a vigilar sus pasos con el conserje u otro personal de servicio, las citas urgentes a su oficina a las cuales lo atendía horas después de la hora señalada y la humillación preferida por éste, mandarlo a elaborar reportes o informes que luego revisaba impregnándolo de tachaduras en toda su extensión con su inseparable pluma de tinta color rojo el cual siempre debía repetirse para al final darle una sola ojeada o, como esta vez, dejarlo en el olvido por motivo de viaje con el ministro.
Después de que el jefe regresara de viaje, los días se volvieron más difíciles para Lorenzo, aquellas dos semanas de felicidad habían terminado y sólo le habían devuelto la afición a la bebida. Mientras el jefe lo acosaba más con las consabidas reuniones y preparación de informes, Lorenzo se enredaba cada vez más en una telaraña alcohólica, y la furia que sentía hoy, el día siguiente se transformaba, por acción de la resaca, en un miedo atroz, entonces antes de asistir a la oficina del jefe era imprescindible beber de nuevo ya fuera ron, cerveza o vino.
El jefe, que notó la transfiguración de Lorenzo, no le hizo ninguna observación al respecto, pero aprovechó esa debilidad para acrecentar sus humillaciones las cuales se volvieron más frecuentes a medida que Lorenzo cometía más errores en virtud de su problema alcohólico.
El jefe que acostumbraba irse de la oficina horas después de la hora de salida, aunque algunas veces efectivamente trabajaba, otras, lo hacía para mostrar a los demás su afán de servidor público, porque realmente se encerraba en su despacho ya sea para ver películas guardadas en su computadora portátil o para buscar por Internet algún simposio a realizarse fuera del país para mostrárselo al ministro y convencerlo a viajar nuevamente. Sin embargo, este era también el período del día preferido por él para urdir sus maquinaciones contra sus empleados. Ese día, momentos antes de salir, decidió hablar por teléfono a Lorenzo para citarlo el día siguiente a su oficina para algo que ni él mismo tenía seguro que era. Empero, simuló que el asunto a tratar era de gran importancia y alzando su voz para infundir pavor arremetió contra su subalterno sin darle tiempo para responder. Lorenzo, que al recibir la llamada en su celular, se dirigía a su bar predilecto, decidió mejor irse temprano a su casa y descansar para esperar el que parecía ser el peor día de su vida.
Al llegar a su casa, Lorenzo, quien debido al duro trato que recibía del jefe, había empezado a tener ideas destructivas, se dirigió a su dormitorio y tomando una escalera alcanzó el estuche de una pistola que le había regalado su padre, la cual guardaba secretamente en la parte superior del ropero. Cargó el revólver con todas sus balas y decidió llevarlo consigo la mañana siguiente. Iba descendiendo de la escalera con la pistola en su cintura cuando escuchó las voces de sus hijos y la de su mujer que les reprendía, la música en la sala, el televisor encendido… Luego, como que si el Hado de la Fatalidad se introdujera en su espíritu y le hiciera saber que no era tiempo para desgracias, su mente se llenó de nuevos pensamientos. ¿Qué haría con matar a su jefe? , eso no le conduciría a nada bueno, pensó en su esposa y las vicisitudes que debería pasar después de una acción de tal magnitud, en sus hijos, quienes quedarían sin la educación que el se esmeraba prodigarles y sin el pan de todos los días. Lorenzo reflexionó subió de nuevo por la escalera y luego depositó el revolver en su estuche con el parque aparte en el lugar que habían estado escondidos siempre.
Al entrar al despacho del jefe, Lorenzo iba resuelto a responderle y gritarle abiertamente todas sus arbitrariedades, sin embargo el jefe ya se disponía a salir y con un tono que lo sorprendió porque parecía hasta amable, dándole varios pretextos increíbles le dijo que no lo atendería porque tenía una reunión con el ministro y se fue. Encaminándose Lorenzo hacia la sala de espera, observó un ambiente de alegría en todo el personal, antes de llegar a la puerta Margarita, la secretaria le dijo:
—Lorenzo, ¿no sabe la última noticia?
— ¿Qué pasó?—, replicó.
—El jefe ya no va estar con nosotros, está renunciando para irse a trabajar con el Banco Mundial en un proyecto en Sudamérica.
Lorenzo sintió un alivio indescriptible y salió de la oficina con el mayor de los regocijos.
En verdad, el jefe en su larga carrera, con sus viajes continuos al exterior, había conseguido múltiples contactos con organismos internacionales y una plaza en la que él se promovió arduamente desde hacía algunos años al fin le era concedida a su favor.
Desde que el jefe desapareció de la escena, Lorenzo vivió los días con gran felicidad, al poco tiempo fue transferido a otro puesto donde el licor y la cerveza se insinuaban constantemente, así pues, la afición a la bebida volvió con más brillos que nunca e indujo que su corazón comenzará a cansarse.
Meses después estando Lorenzo disfrutando de las playas en el océano atlántico, después de una voluminosa ingesta de cerveza, su corazón se paró para siempre.
Al entierro de Lorenzo llegaron todos sus compañeros y amigos que eran muchos porque el gran don de gentes y su hospitalidad fueron sus cualidades más relevantes. Se estaban pronunciando las últimas palabras de despedida al difunto, cuando un carro todo terreno, matrícula de misión internacional, apareció en forma sorpresiva, y acercándose lentamente paró de pronto a una cierta distancia de los asistentes. Muchos acertaron a mirar que por la ventana trasera del vehículo el vidrio se abrió y apareció la cara cetrina del jefe que con una sonrisa enigmática alcanzó a murmurar algo, para que luego el vehículo arrancara y saliera raudamente del cementerio. Nunca se sabrá si el jefe fue a despedirse de Lorenzo o a expresarle en voz baja sus últimos denuestos

Marco Ousías © 2007

REGRESAR AL INICIO DE LA PÁGINA