MARCO OUSÍAS





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CUANDO DIOS CREÓ EL MUNDO... EL MUNDO DE LOS CONCEPTOS YA EXISTÍA

ORACULUM



EL ÚLTIMO COMBATIENTE


El vigía apostado en una peña cerca del camino logró divisar a alguien que venía hacia ellos.
Esa tarde los helicópteros habían sobrevolado constantemente sobre la zona y la tensión en el grupo de combatientes era cada vez mayor.
— ¿Quién viene? —, gritó.
— Soy yo, vengo a dejarle comida al Padre —, respondió el interpelado.
Era José, un niño que no llegaba ni a los catorce años, quien rápidamente subía por la ladera.
El vigía dio aviso a sus compañeros ocultos en una arboleda cercana, incluyendo al cura y al doctor que a la sazón dirigían aquel grupo.
Todos aquellos hombres se habían constituido en una columna guerrillera hacía unos pocos días, talvez buscando instaurar en nuestra edad de hierro aquella edad de oro de la que Hesíodo escribió, donde todos compartían todo y donde la frase ‘esto es mío’ no existía.
El cura se separó del grupo y fue al encuentro de José y tomando el aliño que este llevaba, le dijo:
— Huye de aquí muchacho y no vuelvas más porque nosotros pensamos internarnos montaña adentro-—.
No habían pasado algunos minutos, luego que el sol desapareciera en el horizonte y el manto de la noche cubriera la tierra, cuando se empezó a escuchar el sonido de infinitas naves de guerra que atravesaban el cielo, los combatientes se habían internado en la selva pero los visores infrarrojos de los helicópteros los detectaron fácilmente y la bomba y la metralla cayó sobre ellos hasta exterminarlos a todos.
Antes de la media noche los militares ya estaban reunidos en la base, un hombre alto y fornido dirigía la junta y preguntaba incesantemente sobre cada detalle de la operación recién pasada.
Dirigiéndose a uno de los pilotos, le preguntó
— López, yo alcancé a escuchar que usted veía una mancha alejándose rápidamente en dirección opuesta a la de los guerrilleros.
— Sí señor —, contestó el aludido.
— Pero en el fragor del combate, no puse cuidado a ello y me dirigí a destruir el núcleo principal.
El hombre fuerte dijo entonces,
— Bueno, descansemos y al amanecer buscaremos quien escapó, nadie debe quedar vivo.
Mientras ocurría la matanza, José había corrido al caserío más cercano y solicitado refugio a Don Juan un señor anciano que vivía con su esposa en una casa apartada del lugar. Éste, sobreponiéndose al gran miedo que le producía aquel estruendo, le indicó a José que se acostara en una hamaca instalada en un granero a unos cincuenta metros de la casa. Aun con la angustia por lo que sucedía, José entró al granero y se quedó dormido profundamente.
No había aparecido la aurora cuando ya la máquina de guerra se había instalado y rodeado la casa de Don Juan. Esta vez apoyado por un pelotón de infantería quienes a fuerza de golpes ya habían hecho confesar a éste el escondite del último combatiente, sigilosamente rodearon el granero donde dormía José. Algunos soldados sentían el pánico vivo en sus entrañas;
“este debe ser el guerrillero más importante y peligroso” -— pensaban.
El Capitán se dirigió a la puerta del granero y logró divisar parcialmente a José quien todavía dormía sin percatarse de nada. Instantes después se escuchó la orden de fuego.
El ruido de los disparos rompió el silenció en el momento en que los primeros rayos del sol caían sobre la montaña. Todos los soldados vaciaron su parque sobre el granero y la humanidad de José. El Capitán fue el primero en entrar, el cuerpo de José yacía caído de la hamaca con infinidad de perforaciones de bala. No obstante, la imagen de su niñez permanecía intacta en su rostro. El Capitán salió rápidamente y se dirigió a donde los helicópteros estaban ya en tierra.
El hombre alto y fornido que platicaba con otros jefes militares lo vio venir y le preguntó
— ¿Qué sucede Capitán?—, y éste le contestó,
— Creo que cometimos un error, ese guerrillero no es más que un niño.
Todos se dirigieron al granero a corroborar lo dicho por el Capitán, el hombre fuerte después de verlo detenidamente dijo:
—Yo no veo a un niño… yo solamente veo a un enemigo .
Todos los presentes celebraron la frase del hombre alto y fornido, salieron del granero y partieron de vuelta a su base.

Marco Ousías

© 2007

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