MARCO OUSÍAS





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CUANDO DIOS CREÓ EL MUNDO... EL MUNDO DE LOS CONCEPTOS YA EXISTÍA

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DEL AJEDREZ A RENÉ DESCARTES Y MIGUEL DE UNAMUNO


Muchas veces oí decir que la práctica del ajedrez mejora la habilidad para pensar, o sea, lo que se conoce como inteligencia, pero cierto día que jugaba una partida del llamado deporte ciencia por Internet, partida que yo consideraba tener ganada, la pierdo de repente luego de cometer un error grave; inmediatamente me enojo, no puedo tirar las piezas o embrocar bruscamente el rey como lo haría en una partida tradicional, por lo tanto pulso el botón de abandonar y apago la computadora. Todavía con rabia busco distraerme y subo a mi carro para olvidar lo sucedido recorriendo las calles de la ciudad, aún así, sigo pensado en como malogré aquel juego, pronto observo que los conductores de los vehículos que vienen hacia mí me gritan improperios que no aluden a mi supuesta mejorada inteligencia, vuelvo a la realidad y me doy cuenta que viajo en contra sentido, en seguida detengo a un lado de la vía mi auto, con dificultades logro salir de aquel embrollo y decido regresar a casa.
Ahora la cólera se ha transformado en miedo, pensar en que estuve a punto de causar un accidente fatal me ha dejado tembloroso, trato de calmarme y me dirijo al jardín posterior de la casa donde resido, en él viven tres tortugas, una de las cuales es en extremo contumaz, unas plantitas de ocra que tengo sembradas están en la mira de su voraz apetito, por más que las protejo ella se las ingenia para comerles sus tiernas hojas, con sus patas aparta los obstáculos que le he puesto; en ese preciso momento la encuentro devorándose a la legumbre más lozana del plantío, tomo la tortuga y la llevo a una esquina del jardín, luego coloco, a manera de muro, varias filas de ladrillos con lo cual yo pienso que a ella le será imposible salir, en seguida me voy a mi habitación. Minutos más tarde regreso al jardín y ha ocurrido algo sorprendente: la tortuga ha derribado algunos ladrillos, se ha subido a la última fila, luego se ha dejado caer al suelo y se encuentra en ese instante patas arriba intentando enderezarse. Utili zando su cabeza como pivote y auxiliada con una de sus extremidades delanteras después de muchos intentos logra su objetivo y se dirige de nuevo hacia la indefensas ocras. Ahora me doy cuenta que la tortuga piensa y quizá sea más inteligente que yo, por tanto dejo que haga lo que quiera y me dirijo al interior de la casa.
Acto seguido me voy a la sala, tomo una revista en la cual hay un artículo interesante acerca del sistema inmunológico del ser humano, en el mismo explican que los glóbulos blancos están divididos en varios tipos de células, cada una de ellas con una función bien definida; los macrófagos, por ejemplo, son una clase encargada de comerse cualquier microbio invasor y luego mostrar sus antígenos, los que vienen a ser a manera de plantilla que identifica al intruso. Las células T coadyuvantes tienen la tarea de identificar dichos antígenos y enviar la señal de alarma a otros leucocitos como las llamadas células B que se especializan en fabricar los anticuerpos, los cuales son una especie de candados codificados que se incrustan en los alienígenas, para que así puedan ser reconocidos por lo leucocitos encargados de devorarlos. No obstante, existe un bichito protervo y astuto que al introducirse en un cuerpo humano en un principio es rechazado por todo el proceso del sistema inmunológico arriba descrito, pe ro que luego, asunto realmente extraño, se introduce en las células T coadyuvantes donde se reproduce para luego matarlas, eso mismo parece hacer con los macrófagos. Este es el virus del SIDA, el cual, imaginándome como un observador de ese microcosmos, lo veo como a esos políticos de fácil hablar convenciendo a las células T coadyuvantes que al final lo toman como un amigo bondadoso y simpático sin sospechar que pronto serán sus víctimas.
Ya olvidado el juego de ajedrez, no se por qué viene a mi memoria lo escrito por un gran sabio, este es: René Descartes, me levanto, me dirijo al estante de mis libros y vuelvo a revisar su obra ‘El Discurso del Método’. Este filósofo sostiene que todo ser humano es capaz de razonar, sin embargo, para caminar por la senda correcta necesita de un Método, empero, niega rotundamente que los animales piensen. Asimismo, considera que para iniciar su búsqueda de la verdad debe encontrar una que sea inobjetablemente cierta y concluye en su famosa frase: ‘Pienso, Luego Existo’ (cogito, ergo sum ). Yo creo que si Descartes volviera a nacer en esta época quizás se vería preciso a revisar sus conceptos.
Unos siglos después otro pensador insigne, Miguel de Unamuno, escribió en su libro ‘Del Sentimiento Trágico de la Vida’, esta frase: ‘Existo, Luego Pienso’. Yo considero que esta expresión es de carácter elíptica y que Unamuno obvió decir el Existir, como hombre o ser viviente. Después de un largo meditar y recordando lo escrito por algunos eruditos más recientes, llego a la conclusión que tanto el discernir de Descartes como el de Unamuno son verdaderos, ya que: el Existir, como ser vivo, lleva implícito el Pensar, o sea que la inteligencia es inherente a la vida misma.
Por otra parte, concluyo que: el pensar tonterías sólo por perder una anodina partida de ajedrez, me pudo llevar a perder mi existencia.

Marco Ousías

© 2007

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