Una leve llovizna cae sobre la montaña. Los dos hermanos, Kimi y Chuwen bajan rápidamente hacia la ciudad, presienten que algo malo está sucediendo al oír a lo lejos gritos lastimeros. Las aves del bosque se acercan a los jóvenes y prorrumpen cánticos de advertencia.
Kimi es el mayor, tiene el extraordinario don de interactuar con los animales: conversa con ellos, adivina sus quejas y remedia sus dificultades.
Chuwen, en cambio, es un maestro en descender y pescar en aguas profundas, además, es un mago en el uso del fuego. Con sus piedras de pedernal enciende la hojarasca en un instante; rechinando sus sandalias en el piso saca chispas que de inmediato producen fogatas y en las fiestas sagradas es llamado para iluminar, con teas de resina de pino o copal, los templos de la ciudad.
Al llegar a su vivienda la novedad es que uno de los mejores artesanos del jade ha muerto. Un repentino dolor en el pecho y en seguida un brote de abundante sangre por su boca lo hizo caer al suelo para después quedar inerte sin vida. Ya algunos días varios casos similares han sucedido en la ciudad. Todos los coterráneos culpan a Xic, demonio del inframundo, que ha subido a la tierra a matar gente inocente.
Era pasada la hora del mediodía cuando los hermanos, junto con dos Señores del Consejo, se encaminaron hacia las afueras de la ciudad en procura de la casa de los médicos a los que llamaban los viejos eternos, estos eran: Nimac, el hombre, Nimatzís, su consorte.
La morada de los viejos estaba construida en una pequeña colina, su color blanco armonizaba con el verde intenso de un bosque de árboles aledaño lleno de especies curativas que ellos utilizaban para elaborar sus pócimas.
Una joven hizo entrar a la casa a los visitantes. Los médicos los esperaban en una acogedora sala que asombraba por su amplitud y su ambiente henchido de magia.
Fue Nimac quien habló primero diciendo:
–Ya sabemos a qué vienen. Xic está de vuelta. Siéntense.
Los Señores del Consejo explicaron acongojados los pormenores de los sucesos y muertes de los artesanos de la ciudad mientras los viejos escuchaban con atención. Después de una pausa, fue Nimatzís la que habló:
– Xic busca envenenar a las personas contaminando sus herramientas y la materia prima con la que elaboran sus productos. Aquí tenemos unas muestras recogida a una de las primeras víctimas, un artesano Toltecat…–
Parando su alocución, con unas pinzas mostró una cuchilla de obsidiana y un pequeño espejo de plata, los dos objetos saturados de manchas obscuras. La hechicera prosiguió:
– Pueden ver las señales del veneno como lóbrega rúbrica de la muerte.
Luego Nimac explicó a los presentes la forma de encontrar el remedio y dijo:
–Hay una forma de parar la epidemia y es consiguiendo el antídoto para la ponzoña de Xic. Éste se extrae de un molusco que vive en el arrecife del Mar del Norte. Nosotros sabemos que Kimi y Chuwen tienen las fortalezas para realizar una expedición al océano y traer el remedio. Deben hacerlo mañana sin falta.
Los hermanos asintieron con sus cabezas indicando que estaban listos para partir. Al terminar la visita los Señores del Consejo partieron mientras los médicos expresaron a los jóvenes que se quedaran un rato más para darles instrucciones sobre su cometido.
Esa misma tarde, Kimi y Chuwen comenzaron a preparar las cosas necesarias para la expedición por el río hacia las costas del norte. Dejaron lista la canoa atada a un árbol próxima a sus vastas aguas. Al final del día fueron a una mina cercana a recoger piedras de jade para llevar como regalos a los pobladores que encontrarían en el trayecto.
Bien temprano, con los primeros cantos de los pájaros más madrugadores, los hermanos se levantaron y al punto se alistaron para iniciar el viaje. Provistos con las viandas preparadas por sus hermanas buscaron el camino hacia el Río Grande.
Estando en el sitio de partida, Kimi se introdujo a un claro de la floresta y empezó a llamar a sus amigas las aves. Primero fueron las guacamayas que en bandada se acercaron tras escuchar los silbidos del joven, cada una de ellas dejó caer una pluma, luego vinieron las loras verdes e hicieron lo mismo y por último los quetzales desde la copa de los arboles más altos le dieron de regalo una pequeña parte de su vestimenta natural. Al terminar, Kimi les conminó a qué se alejaran usando otras voces que ellas entendían muy bien. Acto seguido recogió los obsequios que sus colaboradoras le habían dejado.
De ahí, con sonidos más fuertes llamó a sus acompañantes de aventuras, dos enormes águilas a quienes él ayudó a sobrevivir en la selva cuando eran apenas unos polluelos, sus nombres eran Humsak e Ixkoot. Al momento, las aves aparecieron entre los árboles parándose cerca del joven mago. Kimi tomó un báculo que llevaba consigo, sostenido con sus dos manos, se lo puso transversalmente sobre sus hombros y su nuca, en seguida, les ordenó que se posara cada una en un extremo para ir camino de regreso donde Chuwen les esperaba listo para emprender la travesía hacia el océano.
Cuando remaban por las aguas del Río Grande, los hermanos escuchaban allá en la distancia las voces de los animales de la selva que los despedían y les deseaban un buen viaje.
Las águilas iban en la popa del bote dentro de una caseta que los hermanos habían construido para cubrirlas del sol ardiente y para que comieran con tranquilidad los bocados de carne que ellos les proveían frecuentemente. El ojo del cielo se aproximaba al mediodía cuando los muchachos divisaron el primer sitio de parada: era el pueblo de La Arboleda Roja.
Al verlos, los lugareños se acercaron amablemente, ayudando a los jóvenes a desembarcar sus pertenencias y a asegurar su chalana. Kimi dio permiso a las águilas para que fueran a un bosque cercano a desentumecerse, advirtiéndolas que las llamaría al momento de partir de nuevo. Los habitantes del poblado era asiduos a la pesca y al comercio pero más lo eran para indagar sobre lo que ocurría en otras partes del mundo maya y sobre todo les gustaba saber de los chismes e historias del camino, así que arremetieron de preguntas a los hermanos. Estos los pusieron al corriente de todo y aquella buena gente les recompensó de atenciones. Una exquisita sopa de cangrejo acompañada de yuca asada les fue servida a los huéspedes quienes al terminar de comer, agradecidos repartieron regalos a los convidantes.
Aquí los hermanos cambiaron su bote por uno más grande, capaz de llegar al mar sin dificultades. Dos remeros conocedores de la zona se agregaron al periplo y estuvieron listos para continuar su viaje.
Kimi se separó unos pasos y gritó:
– Hum, Ix, es hora de irnos.
Las poderosas águilas aparecieron y sin remilgos se introdujeron a la caseta instalada en la embarcación nueva.
Raudamente los viajeros remaron hacia el mar, para desembarcar en la comarca conocida como Camóa. Sus nativos eran grandes conocedores del mar y de sus más escondidos recodos. Varios pescadores salieron a recibir la embarcación de los jóvenes para averiguar sobre su quehacer en aquellos parajes. Kimi y Chuwen les explicaron rápidamente sobre la búsqueda del molusco milagroso.
De inmediato un grupo de expertos se ofreció llevarlos al sitio donde la especie que ellos procuraban vivía entre las rocas en la profundidad de las aguas.
Kimi mandó a sus águilas a que lo esperarán en un pequeño bosque lleno de árboles de ceiba y de inmediato partieron hacia los arrecifes.
Ya el sol bajaba al poniente cuando Chuwen, junto con otros buzos expertos, se sumergían en lugar indicado y sacaban los primeros especímenes entregándoselos a Kimi quien les extraía un líquido viscoso y oscuro depositándolo en unas pequeñas ánforas de plata que traía consigo.
De vuelta a Camóa, la expedición se dirigió a una cabaña cercana a la playa para arreglar sus aperos y descansar. Kimi llamó a sus aves prodigiosas y ayudado por su hermano Chuwen les amarró a cada una en sus patas una pequeña alforja llena de frascos con el remedio. A continuación les dio instrucciones para que alzaran vuelo a entregar la preciada carga a los médicos.
Se había cumplido la parte más importante de la misión por tanto los jóvenes decidieron tomar un tiempo para el reposo y la recreación.
Era un atardecer maravilloso. Los dos hermanos y los demás expedicionarios, se reunieron en una fonda de la aldea desde donde se veía la belleza del mar, con sus frondosos manglares aledaños y el crepúsculo fascinante que siempre ofrece el Mar Caribe. El comedor era atendido por varias muchachas bonitas que ofrecían a los visitantes deliciosos platos y bebidas preparadas por ellas mismas con esmero.
La mayoría de los parroquianos decidieron beber una jícara de chicha, otros optaron por el balché o el chocolate caliente, pero todos se sentían felices en aquel paraíso. Las muchachas sirvieron bocadillos para todos los gustos, de los manjares del mar, no faltó el pescado frito, la langosta asada, la sopa de caracol, el plato de camarones, todo acompañado de casabe; de los productos de tierra adentro, había tortillas calientes de maíz, para comer con trozos de pavo, frijoles, tomate y chile; tamales rellenos de variadas carnes; semillas de marañón, maní, calabaza y amaranto, y así, continuó aquella amena reunión pletórica de júbilo.
Cuando la noche cayó de pleno sobre la playa, Chuwen, el mago hacedor de fuego, colocó más lámparas de resina de pino e incensarios de copal para embellecer más el lugar y ahuyentar los mosquitos.
Siendo como eran, el centro de atención de aquella reunión, los dos hermanos entretenían a los lugareños con sus elaboradas historias de tiempos antiguos que se repetían en el presente, donde referían a: El Fantasma de los Jardines de Ixmucané; Los Secretos de la astuta Diosa Ixquic; El Regreso de Camazotz y otras muchas más.
En uno de esos relatos estaba Kimi narrando: “un murciélago gigante, de la estatura de un hombre apareció en la sala, rápido en la obscuridad se cubrió con sus grandes alas, esperando escondido atacar con su afilada espada a la doncella que dormía…”
En ese mismo instante un búho enorme se asomó a la puerta de la fonda y repitió varias veces “Ur,Bur,Ur” los pescadores se estremecieron de miedo y volviendo sus cabezas vieron aquel animal de grandes y redondos ojos que miraba hacia ellos. Kimi lo reconoció y les dijo:
– No se preocupen es un amigo. Me ha de traer noticias– Y levantándose se encaminó hacia el ave con la cual tuvo una corta plática.
De regreso le dijo al grupo –Las águilas ya entregaron la encomienda a los médicos, podemos departir tranquilos.
Todos los presentes gritaron de alegría, y prontamente, pidieron más comida y bebida para continuar la fiesta.
A la mañana siguiente los hermanos magos se despidieron de los pobladores quienes los convidaron a que volvieran en otra oportunidad, luego, acompañados de los dos pescadores de Arboleda Roja, tomaron el rumbo de regreso.
Cuando llegaron a la aldea, nuevamente sus habitantes los colmaron de atenciones. Aquí los jóvenes ingirieron sus alimentos y se aprovisionaron de productos que eran escasos en su país, tales como la sal y el casabe. Al despedirse, como muestra de agradecimiento, regalaron su pequeña embarcación a sus copartícipes de viaje, internándose después en los senderos de aquella espesa selva que ellos conocían muy bien, camino a su casa.
Mientras caminaban por la jungla los hermanos recibían noticias, a través de las aves y otros animales, de lo que sucedía en su patria, sus corazones se alegraron cuando fueron comunicados que Xic había sido desterrado de la ciudad y que pronto se haría una gran fiesta en el palacio del Consejo. Fueron Hum e Ix, las poderosas águilas, que al aparecer en un robledal revolotearon regocijadas sobre las cabezas de los jóvenes lo que encendió más su ánimo haciéndolos apresurar el paso hacia su hogar.
Los preparativos de la fiesta comenzaron unos días antes; Chuwen fue el encargado de iluminar el palacio y la plaza pública. Antes del inicio de la celebración los Señores del Consejo y el Rey estaban sentados en la sala principal, los hermanos magos también los acompañaban, todos esperaban la llegada de los médicos. En eso un viento fuerte y helado entró por la puerta donde deberían entrar los hechiceros. Los presentes clavaron la mirada hacia ese sitio, sin embargo, no había nadie. Al cabo de un rato el rey habló:
– Qué habrá pasado con los médicos que no llegan.
Una suave voz femenina contestó atrás del grupo:
–Aquí estamos, Señores.
Todos al enfocar la vista hacia la parte posterior de la sala vieron una pareja de mancebos vestidos de blanco que parecían estar recién casados que se reían frente a ellos. El Señor de la Ciudad dijo con severidad:
–Quiénes son ustedes… los médicos son ancianos eternos.
Los dos jóvenes se enfilaron al frente de la sala y con un ademán mágico se convirtieron en unos viejos arrugados. Al poco tiempo con otro ademán retornaron a su apariencia juvenil. Todos los presentes se convencieron de que eran efectivamente Nimac y NimatzÍs e inclinándose ante ellos los llenaron de alabanzas.